Frente al espejo

El hombre ha devenido actor (y la mujer actriz, entiéndase). Todos somos estrellas mediáticas exhibiéndonos ante el mundo globalizado, usando las redes sociales como escaparate. Diríase que tal maravilla tecnológica -Internet-, responsable de la globalización total, nos llevaría a la sociedad hiperconectada, en la que el diálogo, como herramienta de crecimiento personal y comunal, llegaría a sus máximas cotas de utilidad; un lenguaje universal al servicio de la raza humana.

Frente al espejo
 
Y sin embargo, uno mira el panorama y sólo ve gente hablando al mundo, pero sin escuchar; actores creando un relato personal que a nadie interesa. Seres humanos hablando al vacío, en el que nadie escucha. En definitiva, uno cree estar asomándose a una magnífica ventana de conocimiento y relaciones humanas, pero allí no hay nadie, salvo uno mismo. Es como mirarse al espejo. Y no digo que sea necesariamente malo; frente al espejo el ser humano puede observar sus miserias y sus virtudes. Mirando ese espejo nos reconocemos en el estúpido, que tras el anonimato, insulta al contrario cuando los argumentos no le llegan; al listo que vende humo a incautos deseosos de no tener que pensar por sí mismos; al que ha abandonado la humanidad para convertirse en una marca; al hijo de puta que necesita humillar a otros para sentirse superior.
Todos esos nos miran fijamente desde el otro lado del espejo, y apelan a lo que nos queda de humanos para que nos reconozcamos en ellos. Ya nos lo decía Guy Debord en su libro La sociedad del espectáculo: este espectáculo no consiste en una decoración que se superpone a la realidad, sino de una relación social entre personas mediatizada por las imágenes (obviamente, en 1967, cuando Debord escribió esto, no existía Internet, pero es totalmente vigente). Como diría Houellebecq, es el mapa que recubre el territorio. Asistimos a un espectáculo que no lleva a ningún sitio, salvo a nosotros mismos. El espectáculo por el espectáculo, sin meta ni fin. Actores mirándose al espejo, admirándose de sí.
¿Pero tiene todo esto algún sentido? Claro, nada que no lo tenga sobrevive en la sociedad capitalista, en la sociedad del consumo por el consumo; Show must go on. En la sociedad del dinero todo es mercancía. Efectivamente, el hombre deviene actor, y el actor, mercancía. Así que la próxima vez que subas un selfie a Internet, piensa que no sólo estás actuando frente al espejo, también estás consolidando un producto con el que los dueños del espejo comercian: tú; nosotros.

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