El sinsentido de la vida en la sociedad neoliberal

Leía hace unos días un artículo que contenía algunas estadísticas sobre índices de suicidio. La primera conclusión que saqué es que se trata de un tema tabú en nuestra sociedad, la segunda que el suicidio va camino de tomar el carácter de epidemia. Cada vez se producen más suicidios en la sociedad teóricamente más segura y acomodada de la historia. No sé que pasa por la cabeza de alguien que decide apearse del mundo, aunque sospecho que tiene que ver más con una percepción de sinsentido, de no futuro, que va más allá de la problemática real que pueda estar sufriendo el individuo. ¿Quizá un efecto secundario de la nueva sociedad neoliberal en la que estamos inmersos?

Sin sentido de la vida en la sociedad neoliberal

Os dejo con el podcast y la transcripción del mismo.


Albert Camus trató ampliamente esta cuestión del suicidio en su ensayo El mito de Sísifo, aunque más bien desde un punto filosófico. Para Camus, no hay un problema filosófico más serio que el del suicidio. En la mitología griega, Sísifo hizo enfadar a Zeus. Como castigo, lo privó de la vista y lo condenó a subir un peñasco hasta la cima de una montaña. Cada vez que Sísifo llegaba a la cima, el peñasco volvía a caer y este debía recomenzar la tarea, y así de forma indefinida durante toda su vida. Partiendo de este mito, en el que Camus observa similitudes con la propia existencia del ser humano, plantea lo que él llama la filosofía del absurdo. Si nuestras vidas son absolutamente fútiles, ya que nuestra existencia ni siquiera dejará huella en el universo hagamos lo que hagamos, ¿tiene algún sentido vivir la vida? En todo caso voy a tratar de huir del existencialismo de Camus y bajar un poco más a lo mundano del asunto. A lo que nos atañe a los habitantes de este siglo XXI. Leía no hace mucho al filósofo de moda, Byung-Chul Han (no lo digo peyorativamente), y su psicopolítica. Y reflexionaba sobre el papel de la sociedad neoliberal en la percepción que tenemos como individuos a cuál debe ser el sentido que le damos a nuestra vida. Han dice que el capital representa la nueva trascendencia, y por ende, ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital. Concluye Han:
En el momento en que el capital se erige en una nueva trascendencia, en un nuevo amo. La política acaba convirtiéndose de nuevo en esclavitud. Se convierte en un esbirro del capital.
El nuevo modelo, y podemos verlo en las empresas emergentes, buscan hacernos creer que estamos al mando. Ya no somos empleados, sino nuestros propios jefes. Da igual que me tenga que pasar el día montado en una bicicleta jugándome la vida para repartir comida. Da igual que no esté asegurado ni tenga un contrato laboral. Eso es lo de menos, lo importante es que soy mi propio jefe, un emprendedor, en definitiva, que yo estoy al mando y no hay ningún jefe que me explote ¿no? ¿no se trata de una suerte de nuevo comunismo en el que el trabajador es dueño del fruto de su trabajo? A este respecto, Han señala un nuevo agente explotador: el propio trabajador.
El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria.
Pero esta precariedad no sólo se da en el trabajo más, digamos, manual. También en el intelectual. Remedios Zafra, en su ensayo El entusiasmo,  hace un análisis sobre la precariedad laboral de los jóvenes nacidos a finales del siglo XX. Se trata, pues, de un ensayo sobre el sujeto precario en los trabajos culturales, creativos y académicos contemporáneos en el marco de la agenda neoliberal y el mundo en red, donde analiza cómo la vocación y el entusiasmo son instrumentalizados hoy por un sistema que favorece la ansiedad, el conflicto y la dependencia en beneficio de la hiperproducción y la velocidad competitivas. En mi opinión, estos cambios sociales no son casuales. ¿Quién es el culpable? Hay un dicho policial que pretende señalar al culpable: ¿a quién beneficia el crimen?  En este caso está claro: al capital, y por ende, al poder (quién es el poder sería otra cuestión que obviaremos por ahora). La otra pregunta es ¿por qué ahora? Si uno analiza los cambios sociales, observaremos que ha habido una precipitación, una aceleración hacia esta nueva sociedad que ya se venía fraguando de antemano. No soy de los que se pone paranoico a la primera de cambio, pero creo que las nuevas redes de comunicación y la democratización de la tecnología en el mundo occidental han sido el catalizador. En este mismo sentido, Han propone un concepto muy interesante: el panóptico digital. En un mundo donde la libertad y la comunicación son ilimitadas, el control y la vigilancia también son totales: es un nuevo tipo de panóptico donde todos entramos de forma voluntaria. Para Han, los residentes de este panóptico digital no sólo se desnudan por voluntad propia renunciando a su intimidad, sino que participan de forma activa en la construcción del panóptico.
La red y la comunicación totales tienen ya como tales un efecto allanador. Generan un efecto de conformidad, como si cada uno vigilara al otro, y ello previamente a cualquier vigilancia y control por servicios secretos.
No creo que haya que recurrir a ejemplos concretos, cualquiera que escriba un tweet que se salga de lo que es la "opinión común" es atacado y vilipendiado hasta rayar en lo absurdo (eso sin necesidad de llegar a los extremos de que te metan en la cárcel por contar un chiste como tristemente ocurre hoy).
Por lo tanto, esa entelequia que nos gobierna, el poder, no sólo consigue una perfecta vigilancia de su ganado productivo, la cosa va mucho más allá.
No es casualidad que la nueva tecnología de moda sea el big data: el análisis de grandes cantidades de datos que generamos todos los días, por el hecho de usar tecnología, sin ni siquiera ser conscientes de ello. Desde el momento que el big data permite hacer pronósticos sobre el comportamiento humano, el futuro se convierte en predecible y controlable. Para Han, el "me gusta" es el amén digital. Cuando hacemos clic en el botón de me gusta nos sometemos a un entramado de dominación. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. En este escenario, el sujeto deviene mercancía susceptible de ser usada, y también vendida y comprada, en pos de la religión del consumo (sin entrar en la compra y venta de esos datos personales que generamos).
Así pues, nos presumimos libres, pero la realidad es muy diferente: la del sujeto sometido sin ser consciente de ello. No se trata de un sometimiento basado en la prohibición o la merma de derechos, no. Es más una dominación huxleriana: se trata de complacer y colmar, de hacernos dependientes. No se trata pues de la libertad como libre elección, sino como la elección entre distintas ofertas. El big data facilita la creación de esa oferta limitada, pero adaptada al individuo, que se piensa libre porque puede elegir aquello que en cada momento cree necesitar.
Paradójicamente, una sociedad tecnificada, que debería hacernos más productivos y descargar al trabajador, tiende a todo lo contrario. Veía no hace mucho el documental Take yours pills, donde se analiza el creciente consumo de pastillas para aumentar el rendimiento laboral. Para poder seguir siendo una ficha válida -aunque se sea un peón- en el tablero del ultracompetitivo mundo de la empresa. Así que lejos de mejorar nuestra vida, cada vez se nos exige más y más. Más productividad, más horas de trabajo, más parte de nuestra vida y de nuestra alma. Y lo peor es que en muchos casos, esa exigencia proviene del propio trabajador, que se ve a sí mismo como un competidor en una carrera absurda. No tiene ningún sentido ¿verdad? De nuevo Han lo expone con bastante lucidez:
La permanente optimización personal, que coincide totalmente con la optimización del sistema, es destructiva. Conduce a un colapso mental. La optimización personal se muestra como la autoexplotación total.
En un mundo así, no es complicado que todos acabemos con depresión y saltando desde un quinto piso, así que el sistema recurre a lo emocional, a una suerte de psicología positiva. Seguro que tu Facebook está lleno de mensajes motivacionales, mensajes positivos. Una falsa positividad que trata de estimular tu alma.
Se antoja pues extraño que cuando menos horas deberíamos dedicar al trabajo y más a cultivarnos como personas, sea precisamente cuando más autoexigencia hay en los trabajadores. Quizá se trate de mantener artificialmente un modelo de sociedad neoliberal y capitalista que nos han vendido como la única viable. No quiero ser subversivo, sólo reflexiono en voz alta sobre si no ha llegado el momento de repensar el propio capitalismo, aunque me temo que eso pondría en peligro los equilibrios de poder actuales; no interesa, aun a costa de fustigar a los esclavos la masa trabajadora.
En todo caso, el objetivo final sigue siendo el de siempre: que consumamos, que sigamos consumiendo. Hay que echar leña al fuego para que siga vivo. Si ese falso positivismo del que ya he hablado es necesario para mantener la máquina en marcha, no menos necesario es conseguir una sociedad homogénea e infantilizada. No digo nada nuevo, sólo hay que comparar la programación de la televisión de hace unos años con la actual. Va dirigida a personas con un nivel de primaria. No hay que pensar ni reflexionar, sólo consumir lo que sale por el aparato. Incluso las tertulias políticas no van mucho más allá del nivel de programas del corazón como Sálvame. Me dirás que ahora hay más canales, que tenemos Internet, etc. Sí, pero si analizas el propio algoritmo que usa Google para posicionar las páginas, veras que se favorece el contenido rápido y simple. Sólo hay que observar los artículos de periódicos supuestamente serios. Cada vez son más del tipo "Las 5 mejores formas de...", "Los 10 mejores lugares para...". Nada de entrar en análisis sesudos e informaciones bien desarrolladas, eso es para frikis. Observaba no hace mucho en una parada de autobús a una mujer sexagenaria riéndose de un vídeo que acaban de ver en el móvil, a todo volumen. ¿Pensabas que eso era sólo cosa de adolescentes?
Ese ser impulsivo y emocional es más interesante para el consumo que un ser reflexivo y con cierto nivel cultural. Aunque no sólo para el consumo, también para los políticos, porque el ir a votar ya no es tan diferente de ir a un supermercado a elegir la marca de yogures que quieres consumir. La política real no es importante, las ideas no son importantes, las acciones de los políticos no son importantes; sólo el eslogan. Política rápida. De nuevo se trata de darnos a elegir entre tres o cuatro opciones, no hay verdadera libertad de elección. El votante se queja, despotrica contra el político en Twitter, pero no ejerce acción política alguna. Es un ser pasivo, consumidor de política.
Puede que sea el momento de parar, de reflexionar sin prisas, de repensar cuál debe ser el papel del ser humano en la sociedad y, también, cómo queremos vivir nuestra vida como sujetos individuales. Creo que es conveniente recordar las palabras de Alan Watts: "el significado de la vida es únicamente estar vivo, es tan simple, tan obvio y tan sencillo; sin embargo, todos viven apresurados y en gran pánico, como si fuera necesario lograr algo más allá de sí mismos". En el mismo sentido, para Kierkegaard, la vida no es un problema que deba resolverse, sino una realidad que necesita experimentarse. Con eso me quedo.

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